• Mons. Benavent: “Deseamos que la solidaridad de la Iglesia os conforte para sobrellevar estos momentos con más esperanza y mitigar el terrible sufrimiento”

El Arzobispo de Valencia. Mons. Enrique Benavent, que ha presidido en la Catedral de la Almudena la eucaristía para los afectados por la DANA, ha afirmado que “deseamos que la cercanía y la solidaridad de la Iglesia os conforte y el sufrimiento se vea compensado por el afecto de todos”.

En la misa convocada como señal de cercanía y solidaridad de los obispos de toda España, -reunida la Asamblea Plenaria en la CEE- mons. Benavent ha incluido a los afectados por la DANA en Letur (Albacete), Mira (Cuenca) y en Málaga, expresando que “es en estas situaciones cuando los cristianos nos tenemos que consolar mutuamente con palabras de fe y de esperanza” y en referencia a la solidaridad mostrada por los obispos españoles, ha afirmado que “desearía que la presencia y la oración de todos los obispos que nos hemos reunido para celebrar esta eucaristía ayudara a los que sufren y, especialmente a quienes han perdido algún ser querido, a sobrellevar con más esperanza estos momentos, a mitigar el terrible sufrimiento que están pasando” y ha agradecido “la cercanía que todos nos habéis manifestado, comenzando por el Santo Padre y siguiendo por todos vosotros, los obispos de las diócesis españolas, así como de las parroquias, asociaciones, movimientos. Cualquier gesto y ayuda es confortador para todos nosotros”.

El Arzobispo de Valencia ha destacado que “esta cercanía, que expresa toda la Iglesia en España la hemos intentado hacer vida en nuestra diócesis de Valencia desde el primer momento” y ha explicado que del dolor también ha nacido la solidaridad: “nuestras palabras no logran expresar la profundidad de los sentimientos cuando pensamos en situaciones dramáticas que les marcarán profundamente, parecen insuficientes para decir un mensaje de esperanza. Pero hemos tenido una experiencia de solidaridad que ha sacado a la luz lo mejor que hay en el corazón del ser humano: ha habido personas que en las horas más dramáticas han arriesgado su vida para salvar la de los demás; hemos visto la solidaridad de asociaciones e instituciones, entre las que hay que mencionar a la Iglesia, que han ofrecido sus locales e instalaciones para acoger a los afectados y ofrecerles lo que necesitaban en los primeros momentos; el testimonio de los miles y miles de voluntarios, muchos de ellos jóvenes que, de una manera espontánea, se han ofrecido para ayudar a los afectados; la profesionalidad de los cuerpos de seguridad y de todos los servidores públicos venidos de toda España, que no se han limitado a realizar su trabajo, sino que lo han hecho con un auténtico espíritu de servicio y entrega. Todo esto es una manera de acercarse a todos los que están sufriendo para aliviar en lo posible su dolor, para sembrar esperanza en su corazón”. También ha añadido, “nos alegramos de todo el bien que se hace, de donde venga, porque nos hemos sentido verdaderamente hermanos de todos”.

“La esperanza cristiana se hace más creíble”

Mons. Benavent ha puesto de relevancia “cuántos voluntarios han hecho creíble el amor de Cristo”. El Arzobispo ha recordado que “los cristianos no nos podemos limitar a compartir el dolor, seríamos los más desgraciados, queremos ante todo compartir la esperanza”, que ha asociado al lema del Jubileo 2025 convocado por el Papa Francisco. Para el Arzobispo, “en todos estos gestos se ha sembrado esperanza. Con tantos cristianos movidos por un compromiso de fe, el anuncio de la esperanza cristiana se hace más creíble”.

El Arzobispo ha pedido reflexionar sobre los valores en los que se sustenta nuestra vida: “nuestro mundo nos hace creer tanto en nosotros mismos que nos incapacitamos para creer en Dios. Y sólo el amor de Cristo es el tesoro que nos da la verdadera alegría”. También ha planteado: “Ante el misterio del sufrimiento y de la muerte surge en nuestro corazón la pregunta más profunda: ¿Significa esto que Dios ha dejado de amarnos?. Si nuestra solidaridad tiene un nombre, también lo tiene nuestra esperanza: es Cristo”.

El Arzobispo, que ha celebrado con la imagen de la Virgen de los Desamparados y con una réplica del Santo Cáliz de la Catedral de Valencia, ha apelado a la fe en la Virgen, “en Valencia la invocamos como Madre de los Desamparados” recordando que “los valencianos, y también el Santo Padre, le hemos dirigido nuestras miradas llenas de amor. Es una mujer creyente, su fe es más fuerte que su dolor, fijémonos en su fe: que todos los afectados tengan la certeza de que Dios no ha dejado de amarlos y no han sido abandonados por Él. Ella comparte el dolor, los que más sufren son los que ocupan el primer lugar en su corazón. Que lleguen a experimentar su consuelo y su cercanía maternal”.

Esta eucaristía, presidida por mons. Benavent, ha sido concelebrada por 107 obispos españoles, junto con el Nuncio de Su Santidad en España.

En la plegaria eucarística, junto al arzobispo de Valencia, se han acercado al altar mons. Luis Argüello, presidente de la CEE y arzobispo de Valladolid, y el cardenal José Cobo, vicepresidente de la CEE y arzobispo de Madrid.

Precisamente, al comienzo de la Eucaristía, el presidente de la CEE, mons. Luis Argüello, ha invitado a todos a rezar por los que «han sufrido la tremenda catástrofe de la riada», con la muerte de más de doscientas personas, y la «inmensa destrucción» de casas. Por ello, «queremos ofrecer nuestra esperanza y nuestro compromiso de caridad», apuntó.

Otra de las acciones que también convocará la Iglesia será una colecta, el domingo 24 de noviembre, fiesta de Cristo Rey, en todas las eucaristías que se realicen en España en favor de los damnificados por esta catástrofe.


HOMILÍA EN LA EUCARISTÍA CON OCASIÓN DE LAS INDUNDACIONES DE VALENCIA

  1. Un acontecimiento que nos ha consternado

Queridos hermanos: nos hemos reunido para celebrar la Eucaristía con ocasión de las inundaciones que hemos vivido en distintos lugares de España, principalmente en algunas comarcas de la Archidiócesis de Valencia, pero no podemos olvidar a las localidades de Letur, en Albacete, de Mira, en Cuenca, así como de aquellos que han sufrido daños en Málaga. Son acontecimientos que nos han consternado a todos y que estamos llamados a vivir desde la fe.

Hay situaciones en las que experimentamos que nuestras palabras no logran expresar la profundidad de los sentimientos que nos embargan. Esta es una de ellas. Cuando pensamos en los fallecidos y en sus familias que han quedado rotas, en las personas que han perdido sus casas, su trabajo, en aquellas que se han salvado después de pasar una larga noche en situaciones dramáticas y, han vivido una experiencia que les marcará profundamente, nuestros sentimientos son tan profundos, que las palabras parecen insuficientes para decir un mensaje de esperanza. Cuando he tenido la ocasión de visitar las localidades afectadas y saludar a las personas he percibido la tristeza de sus miradas, su dolor y su sufrimiento, os puedo asegurar que he vivido esta experiencia.

Pero es en estas situaciones cuando los cristianos nos tenemos que consolar mutuamente con palabras de fe y de esperanza. Desearía que la presencia y la oración de todos los obispos que hoy nos hemos reunido para celebrar esta eucaristía, ayudaran a todos los que sufren alguna consecuencia de estas inundaciones, y especialmente a quienes han perdido algún ser querido, a sobrellevar con más esperanza estos momentos, a mitigar el terrible sufrimiento que están pasando.

  1. Compartir el sufrimiento

Nuestra celebración quiere ser, en primer lugar, un gesto de cercanía y de solidaridad con todos los que están sufriendo. Cuando ocurre algo así nadie puede quedar indiferente, todos nos sentimos afectados y todos queremos estar cerca de ellos para que no se sientan solos. Deseamos que la cercanía y la solidaridad de la Iglesia os conforte y el sufrimiento se vea compensado por el afecto de todos. Esta cercanía, que ahora expresa toda la Iglesia que camina en España, representada por los miembros de la Conferencia Episcopal, que estamos reunidos en Asamblea plenaria, la hemos intentado hacer vida en nuestra diócesis de Valencia desde el primer momento. Hemos tenido una experiencia de solidaridad que, en esta circunstancia tan dramática, ha sacado a la luz lo mejor que hay en el corazón del ser humano: ha habido personas que en las horas más dramáticas han arriesgado su vida para salvar la de los demás; hemos visto la solidaridad de asociaciones e instituciones, entre las que hay que mencionar a la Iglesia, que han ofrecido sus locales e instalaciones para acoger a los afectados y ofrecerles lo que necesitaban en los primeros momentos; el testimonio de los miles y miles de voluntarios, muchos de ellos jóvenes que, de una manera espontánea, se han ofrecido para ayudar a los afectados; la profesionalidad de los cuerpos de seguridad y de todos los servidores públicos venidos de toda España, que no se han limitado a realizar su trabajo, sino que lo han hecho con un auténtico espíritu de servicio y entrega. Todo esto es una manera de acercarse a todos los que están sufriendo para aliviar en lo posible su dolor, para sembrar esperanza en su corazón. Quiero dar gracias a Dios por la cercanía que todos nos habéis manifestado, comenzando por el Santo Padre y siguiendo por todos vosotros, los obispos de las diócesis españolas, así como de las parroquias, asociaciones, movimientos. Cualquier gesto y ayuda es confortador para todos nosotros.

En el centro de la celebración de la Eucaristía está Cristo. Nadie como Él ha entrado en el corazón de aquellos que están necesitados de una palabra de consuelo, nadie como Él ha compartido los sufrimientos de la humanidad. Su sufrimiento injustificable y su muerte injusta es tan incomprensible como el sufrimiento y la muerte de las personas que hoy nos han reunido en oración. Su cercanía y solidaridad es la más grande que podemos imaginar: no hay ningún dolor humano que Él no haya experimentado en sí mismo, en su propia carne. Acerquémonos a Él con la confianza de saber que Él es quien mejor comprende el dolor de los que sufren, quien está más cerca de ellos.

Al reunirnos en esta celebración de la Eucaristía queremos hacer nuestros los mismos sentimientos de Cristo y mostraros nuestra solidaridad cristiana, que es la de quien pone a la persona que sufre en el centro de su acción y se olvida de él mismo y de sus intereses. Una solidaridad cristiana es una solidaridad desinteresada. Queremos también deciros que no estáis solos: Además de nuestra cercanía no dudéis de que Cristo también está junto a vosotros. La presencia de las iglesias de España representadas por sus pastores, la cercanía del Santo Padre expresada en tantos gestos, que nos ha tenido presentes en sus oraciones y que nos ha manifestado su dolor, y todas las muestras de afecto que nos han llegado son expresión de unos sentimientos profundamente cristianos.

  1. Compartir la esperanza

Cuando ocurre un hecho como el que nos ha convocado hoy, los cristianos no nos podemos limitar a compartir el dolor. Si nos quedáramos en esto seríamos los más desgraciados de todos los hombres. Queremos, ante todo, compartir la esperanza.

Os confieso que, cuando visitaba los pueblos afectados por las inundaciones, me venía a la memoria una afirmación del papa Francisco en la Bula La esperanza no defrauda, con la que convocaba el jubileo del año 2025: “Las obras de misericordia son obras de esperanza”. En todos estos gestos se ha sembrado esperanza, porque las personas se han sentido queridas, se ha aliviado su soledad y su tristeza, han experimentado en ellos una mano amiga. Ahí han estado muchos jóvenes y adultos cristianos movidos por un compromiso de fe y, gracias a ellos, el anuncio de la esperanza cristiana, se hace más creíble. Por todo esto debemos dar gracias a Dios. También ha habido otros, movidos por otras motivaciones. También nos alegramos por ello, porque nos hemos de alegrar de todo el bien que se hace, venga de donde venga y porque nos hemos sentido verdaderamente hermanos de todos.

Los cristianos no podemos ocultar que nuestra esperanza tiene un nombre: Cristo. Ante el misterio del sufrimiento y de la muerte surge en nuestro corazón la pregunta más profunda que se puede plantear cualquier persona: ¿Significa esto que Dios ha dejado de amarnos? San Pablo en la carta a los Romanos no recuerda que el hecho de que Dios entregara a su Hijo a la muerte no significa que había dejado de amarlo. Ese amor de Dios a Cristo se manifestó al resucitarlo de entre los muertos. Y ese amor, Cristo lo ha hecho presente acercándose a todo ser humano necesitado de salvación, que somos todos, y abriendo nuestra vida a una esperanza de Vida Eterna. Si nuestra solidaridad tiene un nombre, también lo tiene nuestra esperanza: es Cristo.

  1. Encontrar la alegría en Cristo

La experiencia que hemos vivido nos debería llevar a reflexionar sobre los valores en los que se sustenta nuestra vida y a reconocer nuestra pobreza. A menudo vivimos en un mundo que nos desfigura la realidad: son sentimos ricos, cuando en realidad somos pobres. Es la advertencia que dirige el ángel de la iglesia de Laodicea: “dices: yo soy rico, me he enriquecido y no tengo necesidad de nada, y no sabes que eres pobre”. A menudo el mundo nos hace creer que somos ricos, porque estamos orgullosos de lo que somos, de lo que tenemos, de lo que conseguimos, de lo que hacemos; a menudo nuestro mundo nos hace creer tanto en nosotros mismos que nos incapacitamos para creer en Dios. Y eso no es verdad. Solo el amor de Cristo es el tesoro que nos da la verdadera alegría. El encuentro con el Señor y con su amor, en cualquier circunstancia de la vida, puede convertirse en un acontecimiento de gracia, porque puede ayudarnos a reconocer nuestra pobreza y nuestra pequeñez y a encontrar la alegría en el Señor.

Es lo que le ocurrió a Zaqueo, el simpático personaje del Evangelio que se ha proclamado, y que es la imagen opuesta a la iglesia de Laodicea: mientras que esta se cree rica, Zaqueo, que era tenido por rico, se siente pobre. Seguramente era envidiado por muchos, pero él sabía en realidad era pobre. Por eso necesitaba ver a Jesús, necesitaba encontrar en Él lo que no le daban las riquezas que había ido acumulando a lo largo de su vida. Cuando el Señor le dice que “era necesario” que hoy se quedara en su casa, “lo recibió muy contento”. Zaqueo recibió con alegría al Señor, porque al fijarse el Señor en él y auto-invitarse a su casa, descubrió que antes de recibir él al Señor en su casa, el Señor lo había acogido a él en su corazón. Y es ahí donde descubrió su verdadera riqueza y gracias a ese momento de gracia, cambió su vida. Cuántos voluntarios, con su compromiso y su alegría, con sus gestos y palabras, con su cercanía a los que están sufriendo, han hecho creíble el amor de Cristo y han ayudado a los que sufren a descubrir que Cristo es la fuente de la verdadera alegría. Demos gracias a Dios.

  1. Madre de los Desamparados

Junto a la cruz de Jesús está su Madre. Durante estos días los valencianos, y también el Santo Padre, le hemos dirigido nuestras miradas llenas de amor. Ella compartió el sufrimiento de su Hijo y comparte también el sufrimiento de todos los que sufren en estos momentos.  Pero ella en la cruz no es únicamente una mujer que sufre, es una mujer creyente: en ese momento su fe es más fuerte que su dolor. No nos fijemos únicamente en su dolor, fijémonos en su fe: ella vive con la certeza de que Dios no abandona a su Hijo. Que todos los afectados tengan también la certeza de que Dios no ha dejado de amarlos y de que no han sido abandonados por Él.

En Valencia la invocamos como Madre de los Desamparados. Los que más sufren son los que ocupan el primer lugar en su corazón. Ella, que fue la que más cerca estuvo de su Hijo en el momento de la cruz, es la que está hoy más cerca de todos los que sufren. Que lleguen a experimentar su consuelo y su cercanía maternal. Amén.

GALERIA 

Fotografías de Ignacio Arregui